Fuente:
Dpto. Técnico IgK
22 Julio 2015
¿Quién riega?
Siempre existe y existirá polémica en torno a los diferentes usos del agua. En el caso de España, la agricultura de regadío utiliza aproximadamente el 80% de nuestros recursos hídricos, la industria el 14% y las zonas urbanas el 6%.
El agua es un factor de producción determinante, es un recurso fundamental y debería tener un reconocimiento de su valor económico y social del que nunca ha gozado. Además tiene interrelaciones con el calentamiento global, y no podemos hacer otra cosa que exigirnos la revalorización de esta energía. La utilización del agua ha mejorado nuestra calidad de vida, el bienestar social y nuestras perspectivas de futuro, incrementando la producción agrícola, mejorando la seguridad alimentaria y la higiene pública.
En el uso eficiente del agua, las prácticas agrícolas y el riego deben estar a la cabeza de este giro, que nos viene impuesto por nuestros propios errores y por las demandas futuras derivadas del crecimiento poblacional y la sociedades del bienestar
Esto implica diferentes acotaciones si hablamos de la eficiencia de captación del agua, de su transporte y distribución, de su aplicación y riego, e incluso del aprovechamiento por parte de la planta a través de las raíces. Todas ellas deben ser valoradas en conjunto para ser analizadas con coherencia. Si conseguimos medir todas las magnitudes que entran en juego, llegaremos a lo que se denomina “Eficiencia global de riego” cuyos valores pueden oscilar entre 0 y 1. En un sistema correctamente diseñado, construido y usado este valor debe ser como mínimo del 0,8. En nuestro país, este valor oscila en torno al 0.2, ya que podemos encontrar pérdidas de hasta tres cuartas partes del total de agua disponible en el proceso de almacenaje, transporte y redes secundarias de conducción, sin contar con las ocasiones en las que el riego supera las necesidades hídricas del cultivo o tiene un diseño ineficiente.
Por tanto, desde las Administraciones Públicas, además de limitar las dotaciones máximas anuales, se debería exigir una capacitación que faculte la decisión de la dosis diaria de riego, al igual que ya se hace en términos de aplicación de fitosanitarios con el carnet de aplicador, o con la figura del Asesor en Gestión Integrada de Plagas.
Respecto a los sistemas de riego, igualmente se podría regular o reglamentar la capacidad de diseño, construcción e instalación, de la misma manera que se hace con otras energías como por ejemplo el gas.
El agua es energía en sí misma, y como tal debe ser tratada.